Armilla es un pequeño pueblo en la zona metropolitana de Granada, a unos cuatro kilómetros de la citada capital. El núcleo urbano está formado principalmente por casas y edificios de no más de tres o cuatro pisos, un par de calles principales, por donde transcurre la mayor parte del tráfico, y calles laterales que surgen de las más transitadas.
Los lugares de ocio en Armilla son pocos, contando entre ellos un par de cafeterías, algunos bares y poco más. Es raro encontrar en un pueblo tan pequeño un pub tan bien ambientado como el Titanic. Las puertas color caoba, con sendas imágenes del antiguo buque Titanic glaseadas en los cristales, dan una idea de lo que se va a encontrar en el interior. Un ambiente a media luz, música agradable y de volumen adecuado para permitir conversaciones a un nivel de voz normal, mobiliario caoba, tonos suaves de pintura, cuadros y motivos de antiguos barcos, de vapor, vela y como no, el Titanic, en todas sus servilletas, posa vasos, tazas y platos. Todo a medida para un pub en un pequeño pueblo. Junto con su localización, a escasos tres minutos de la Base, todas estas características lo hicieron propicio para recibir nuestras visitas.
Migue, mi amigo del alma, y yo, solíamos ir todas las tardes hacias las siete y media, tomábamos un poleo, acompañado de su correspondiente pastelito, cortesía de típica de Andalucía, para romper la monotonía y pesadez del estudio. Dependía del día teníamos conversaciones más animadas o más serias. Si íbamos con alguien más casi siempre eran del primer tipo, anécdotas del día, calamaradas varias, anécdotas personales, política ... Cuando estábamos solos, Migue y yo departíamos sobre temas más personales. Dos tíos solos, a seiscientos kilómetros de casa, "casados", no encuentran otro asunto del que hablar: las novias. El día que estaba uno mal, decaído, el otro le daba ánimos. La verdad, muchas veces la música del Titanic incitaba a la nostalgia, al añoro de nuestra tierra y gente. Ahora pienso que quizás acudíamos allí por ello.
El día de la Jura de Bandera (día de mi veinticuatro cumpleaños, el 7 de Febrero), del que no sé si hablar en estos capítulos, pues no conseguiré transmitir ni el uno por cien de todo lo que sentí, acudieron nuestras familias, novias incluidas (¡a ver quién le dice a mi novia después de todo este tiempo que no forma parte de mi familia!). No podían marchar de vuelta a Valencia sin conocer el lugar en el que intercambiabamos pensamientos y sentimientos hacia ellas. Después de comer en el bar de en frente de la Base, las llevamos a tomar café en el Titanic, apurando el fin de semana que habían pasado con nosotros en Granada. Aun así no sabrán nunca cuan asociados están los recuerdos del Titanic a nuestros sentimientos hacia ellas, al menos por mi parte.
Finalmente, si alguien pasa alguna vez por Armilla, no debe partir sin ver el Titanic, sin disfrutar del ambiente cálido y agradable de este singular pub.
Y en el próximo capítulo: "Las <
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